Alonso de Salazar y Frías: abogado de las brujas

08.11.2024

En los hechos de Zugarramurdi destaca un personaje que resultó de vital importancia para impedir la expansión de las acusaciones y condenas por brujería, Alonso de Salazar y Frías, apodado "el inquisidor bueno" y el "abogado de las brujas". En el artículo sobre las brujas de Zugarramurdi ya comprobamos que la frontera francesa con España era un foco de persecución de brujas, en especial porque Pierre de Lancre, funcionario francés, había desatado el pánico, ya que sus condenas se contaban por centenares. No es casualidad que España se contagiase de estos hechos precisamente en las zonas colindantes.

Alonso de Salazar y Frías nació en Burgos hacia 1564 y se licenció en derecho canónico en Salamanca. Poco después se ordenó sacerdote y trabajó al servicio de los obispados de Toledo y de Jaén. Entró a formar parte de los Tribunales de la Inquisición en 1609, y al año siguiente tomó parte del tribunal de Logroño para juzgar a las brujas de Zugarramurdi. Si bien su opinión no fue tenida en cuenta, sus testimonios y escritos sirvieron para que en adelante la Inquisición Española tomara la mayoría de denuncias de brujería como supersticiones y temores infundados. Este escepticismo caracterizó a la Inquisición española, mucho más centrada en cuestiones de religión y herejías que en brujería, sin embargo, la leyenda negra contra España nunca tiene en cuenta esta realidad.

Salazar ya había criticado la condena de Zugarramurdi por falta de pruebas, primero de María de Araburu, y luego del resto de condenados. Visto su testimonio del caso, el Consejo Supremo de la Inquisición los envió a toda la zona navarra y vasca para que recorriera los lugares y comprobara cuán extendida estaba la brujería, o al menos la creencia en ella. Llevaría consigo un Edicto de Gracia, por el cual el arrepentimiento sincero de los supuestos brujos y brujas bastaba para conseguir el perdón, sin ninguna otra consecuencia.

El inquisidor viajó y recogió testimonios de todos los pueblos durante 8 largos meses, en los que la incongruencia de los relatos, la falta de pruebas y el hecho de que se tuvieran en cuenta hasta testimonios de niños muy pequeños le valió de sobra para convencerse de que la brujería de la que tanto se hablaba no era más que producto de imaginación, miedo y habladurías. Tanto así que fue en este momento que escribió la disculpa formal por el Auto de Logroño, reconociendo que la forma de extraer testimonios a los condenados y también de aceptar pruebas de supuestos testigos había sido totalmente inapropiada y poco cristiana.

Criticó fuertemente al Tribunal de Logroño incluso en actos a posteriori, narrando el suicidio de una de las acusadas que se había "reconciliado" con la iglesia, pero que confesó y se arrepintió de haber acusado en falso a sus vecinos. El Santo Oficio de Logroño no aceptó su arrepentimiento y no quiso cambiar su testimonio, es decir, prefirieron que la mujer figurase como cómplice de la condena en lugar de aceptar que se habían equivocado. Dice, de hecho, que incluso fue llamada embustera - ¡cuánto sarcasmo! - y se amenazó con quemarla en la hoguera. Esto provocó en la mujer tal malestar de conciencia que se tiró al río para morir. Asimismo acusó ante la Inquisición a unos clérigos que en Larrea habían amenazado y torturado con cuerdas al cuello a dos niñas para que confesaran, metiéndoles miedo de llevarlas ante el Tribunal.

En sus investigaciones, Salazar realizaba estudios exhaustivos y pruebas que podrían considerarse científicas, en cuanto a su empirismo: untaba a los animales de los aceites y ungüentos supuestamente mágicos, esperando resultados, así como pedía a médicos y herboristas que revisaran los ingredientes que se encontraban en frascos y calderos. Igualmente para desmentir aquelarres de jóvenes que tenían sexo con el Diablo, Salazar hizo que las matronas comprobaran que dichas jóvenes continuaban siendo vírgenes, lo que era una prueba irrefutable para todos los que las habían acusado, de que era una invención o imaginación.

Pero la fiebre brujeril continuaba entre las montañas. En Arteaga, varias mujeres acudían a la justicia civil y a las iglesias "autoinculpándose" como brujas, ya que preferían confesar y aceptar multas a que se llegase a cosas mayores a causa de rumores y noticias de niños o viajeros. En Vizcaya fue la propia Inquisición, con Salazar presente, la que tuvo que detener un proceso de brujería iniciado en los juzgados, evitando así la condena de varias mujeres. En otros lugares no hubo tanta suerte: en Santesteban, por ejemplo, una mujer murió maltratada públicamente por bruja, atada a un poste.

Salazar puso el foco entonces en el origen las noticias de brujería: las historias de brujería eran ficción hasta que los rumores y acusaciones tenían lugar en situaciones donde una acusación convenía a alguien. Así, había podido comprobar que se acusaba a alguien por una deuda o por enfrentamientos entre familias, y que la bola se agrandaba más o menos dependiendo de los contactos que tenía una u otra facción del pueblo.

A esto se sumaban narraciones, libros y sobre todo, sermones de sacerdotes que imprecaban por la santidad frente a los actos de brujería y satanismo con tal énfasis que lograban lo contrario: que todo acto sospechoso pudiera ser considerado anticristiano. En una confesión de una mujer de Lesaca, ésta le dijo a Salazar un montón de cosas por las que "era bruja", sin embargo, todo lo que había confesado era calcado de lo que decía el Vicario. Así surge la frase más memorable de Salazar: <<No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos.>>

En 1613, Salazar había absuelto ad cautelam a más de 1300 personas entre hombres, mujeres y niños, que de otro modo habrían caído en las redes de las acusaciones de brujería y podrían haber acabado en la hoguera, la tortura o la prisión. Se calcula que en total habría evitado más de 10.000 casos de brujería. La Corte Suprema de la Inquisición Española, siguiendo los pasos marcados por Salazar, desacreditó y abandonó el Martillo de las Brujas (Malleus Maleficarum), manual de brujería seguido en toda Europa, por considerar que los métodos eran fantasiosos y exagerados. Los supuestos aquelarres se analizaban como reuniones extravagantes o de perturbados mentales, y hubo mayor tolerancia en lo que respectaba a festividades o costumbres agrícolas. En 1617, Salazar pudo decir abiertamente que la paz había regresado a las tierras del norte.

Pietro V. Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com

Bibliografía:

-Amorós, P. Guía de la España Encantada.

-Azurmendi, M. Las brujas de Zugarramurdi. Editorial Almuzara, 2014.

-Henningsen, G. En busca de la verdad sobre la brujería: las memoriales del inquisidor Salazar y otros documentos relevantes sobre el auto de fe de 1610. Universidad pública de navarra, 2021.


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