Demonología medieval cristiana
Mientras que dáimon, en el mundo grecorromano, se refería a genios o espíritus, no necesariamente malignos, diablo, del gr. diábolos: tergiversado, equiparado a la figura de Satán, "el adversario" en el mundo hebreo, tuvo desde el principio una connotación maléfica. Llegada la Edad Media ambos conceptos se fusionaron incapacitando a esta distinción en un mundo donde el paganismo era también algo maligno y perseguido. No puede entenderse el pensamiento demoníaco medieval sin hacer antes un breve repaso por el cristianismo primitivo y los primeros apologetas. Por ello, a lo largo de este artículo, entre autores medievales podrán ser citados autores más antiguos, sin perder el hilo narrativo ni de la evolución del pensamiento sobre la figura del Diablo.
Las figuras demoníacas son producto del imaginario religioso judío, mezcladas y fusionadas con el del mundo antiguo euromediterráneo. Sin embargo, Satán será siempre presentado como el enemigo, el contrario de Dios, y con este nombre ganará fuerza, mientras que otros seres que se mencionan en las escrituras, o de lo que hace uso la literatura apocalíptica judía y demás libros a posteriori apartados como apócrifos, quedarán supeditados a él. Lilith, Azazel, Asmodeo, Belial, Belcebú... esos nombres no son genéricos de seres malignos, sino nombres propios de entidades al servicio del Mal mayor, y a ellos se unirán todas las bestias malignas y monstruosas, incluidas, evidentemente, las bíblicas, como Behemoth o Leviatán. A Satán se le atribuirá el engaño de Eva y las tentaciones de Jesús, pues el resto, se entiende, no tendrían un poder tan grande. Lo mismo se da en el caso del Anticristo apocalíptico.
Sobre el origen de Satán y la rebelión de los ángeles, por una parte tenemos la historia de los Grígori, ángeles vigilantes que descendieron a la tierra y tuvieron hijos con mujeres humanas, engendrando a los nephilim, narración presentada en el Libro de Enoc I, datado entre el S.III a.C y el I. Aquí los cabecillas principales reciben el nombre de Semyazza y Azael.
Estos son los nombres de sus jefes: Shemihaza, quien era el principal y en orden con relación a él, Ar'taqof, Rama'el, Kokab'el, 'El, Ra'ma'el, Dani'el, Zeq'el, Baraq'el, 'Asa'el, Harmoni, Matra'el, 'Anan'el, Sato'el, Shamsi'el, Sahari'el, Tumi'el, Turi'el, Yomi'el, y Yehadi'el. (Enoc I, 6.7)
El libro de Enoc I es canónico sólo en la Iglesia Ortodoxa Etíope. En el judaísmo nunca se ha considerado un libro inspirado ni se ha canonizado. Sin embargo, este episodio da explicación al enfado de Dios y el envío del Diluvio, ya que en la lectura bíblica como tal los motivos del enfado de Dios quedan algo descolgados, y sobre el término "los hijos de Dios" hay disputa abierta entre los distintos grupos de fe y entre los estudiosos, acerca de si está referido a los ángeles, a los nephilim, o a los humanos.
Pero en el apócrifo pseudoepigráfico Enoc II, también conocido como Enoc eslavo por su lengua, datado a partir del S.I d.C. aunque se postula que puede tener partes muy posteriores, quien queda identificado como líder de la rebelión es Satanael, el ángel que no cayó en desobediencia, sino que pecó de orgullo y quiso compararse a Dios.
Luego hice saltar del pedernal un gran fuego. Y del fuego creé las formaciones de los ejércitos incorpóreos, diez miríadas de ángeles, así como sus armas ígneas y sus vestiduras, semejantes a la llama ardiente. Entonces di órdenes de que cada uno se pusiera en su formación correspondiente. Pero uno del orden de los arcángeles, apartándose juntamente con la formación que estaba a sus órdenes, concibió el pensamiento inaudito de colocar su trono por encima de las nubes que están sobre la tierra para así poder equipararse con mi fuerza. Yo entonces lo lancé desde la altura juntamente con sus ángeles, y él se mantuvo volando en el aire continuamente sobre el abismo (Enoc II, 11, 37-40)
El diablo es un demonio de las regiones inferiores, pues al huir del cielo quedó convertido en Satanás, después de haberse llamado Satanael. Por ello se desplazó de los ángeles sin cambiar su naturaleza, sino (sólo) su pensamiento -de la misma manera que la inteligencia es común a justos y pecadores- y cayó en la cuenta de su propia condenación y del pecado que había cometido anteriormente. Por ello maquinó contra Adán (...) (Enoc II, 11, 74-75)
De este modo habrían de haberse considerado dos caídas angélicas, la primera por Satán y la segunda por los Grígori. Clemente de Alejandría y Tertuliano (S.II-III) consideraban, siguiendo a Enoc, que su cambio de naturaleza se había debido al deseo por las mujeres, un sentimiento lujurioso que comparten con los hombres. Estas ideas de naturaleza semejante promueven, como se verá más adelante, la aceptación general de la posesión. Por otra parte, habrían sido los Grígori los introductores de todas las malas artes, incluyendo las prácticas mágicas.
Sin embargo, y como puede comprobarse por conocimiento popular, la versión del ángel caído y tentador es la que ha predominado. Se considera que es Orígenes (185-254) quien distinguió la caída de un ángel singular por orgullo y la popularizó, mientras que fue Eusebio de Cesarea (263-339) quien lo identificó con el Lucero de Isaías, Lucifer para San Jerónimo (340-420). El nombre de Lucifer del latín lux, luz y fero, llevar, es decir, portador de la luz, aparece como tal por primera vez en la Vulgata de San Jerónimo, del S.V. El texto en cuestión es Isaías 14, 12, donde se evoca al lucero hb. helel, es decir, se identifica a los cuerpos angélicos con los astros. Lucifer y Satán en ocasiones fueron asimilados, pero en la mayoría de casos se presentan por separado. Lucifer puede ser un diablo o un demonio principal, como "príncipe de las tinieblas", pero Satán siempre es la potencia destructora original y contraria a Dios.
Múltiples discusiones hubo sobre la naturaleza del diablo, reconocida en las escrituras sagradas del judeocristianismo, sobre si eran seres ajenos a Dios o creados por él mismo. Pero, ¿cómo iba un ser superior y misericordioso como él crear seres malignos? En el Concilio de Letrán de 1215, fue donde se expusieron por primera vez, de manera más o menos constituida, que el Diablo, referido a Satán, y los otros demonios (véase cómo continúa la idea de inferioridad de éstos últimos) fueron creados buenos por naturaleza por Dios, habiendo sido ellos mismos quienes se convirtieron en malos, lo que coincide con la interpretación de Tomás de Aquino, así como que el infierno era el lugar donde al morir acababan los malvados, pues era donde reina Satán y habitan los demonios.
El infierno cristiano fusiona las ideas judías con las grecorromanas, creando un mundo subterráneo donde las almas pecadoras reciben castigos y sufrimientos por parte de los demonios, una mezcla entre el Gehena y el Hades. Aun así había distinciones entre el Infierno, hogar de los demonios, y los infiernos, como lugar genérico donde acudían las almas antes de la resurrección de Jesús, pues en lat. in-ferus, "por debajo", tiene en el mundo occidental una connotación antropológica de enterramiento importante, así como de identificación con lugares subterráneos ardientes, como focos de lava. Muchos de estos lugares fueron identificados como puertas al infierno, pues se lo consideraba un lugar físico. No obstante, en el mundo cristiano se entiende que después del Juicio Final el mal quedará destruido, y por tanto el Infierno y sus pobladores dejarán de existir. La idea del purgatorio no se establecerá como tal hasta el S.XIII. En cualquier caso, al igual que se clasificarán los demonios y los pecados, también se dividirán en secciones estos parajes y el cielo mismo, influido a su vez por la Cábala.
La cuestión principal del avance del estudio de los demonios es sobre todo el oscurantismo medieval entorno a su figura y a las cuestiones religiosas en general. La presencia divina o demoníaca se entendía plena en este mundo, y por tanto todas las acciones tenían consecuencias e influencias directas tanto de seres benéficos como maléficos. Situaciones climatológicas adversas, enfermedades, deformidades, disputas, casualidades siniestras, todo podía ser achacado a la presencia demoníaca, al igual que las situaciones positivas a Dios y a los santos. Por otro lado, la religión cubría la práctica totalidad de las actividades diarias, por lo que la intuición de que el Diablo podía estar al acecho para desmoronar una situación religiosamente reglada era inevitable. Unido a las guerras de religión, a la supresión de herejías y a los terribles castigos a los que se sometía a quienes se reconocía como adoradores del diablo, el dualismo bueno-malo no hacía sino incrementar el miedo.
Podrían distinguirse dos tipos de estudios sobre los demonios, la demonología teológica y la demonología "ocultista" o herética. Evidentemente es de la vertiente teológica de donde más fuentes conservamos para analizar esta cuestión. Además, estos tratados se dieron con más asiduidad debido a las defensas de católicas frente a movimientos considerados heréticos como los maniqueos.
Agustín de Hipona (354-403) expuso, por una parte, en sus luchas contra los maniqueos, que los demonios sí son criaturas de Dios; y por otra, que los demonios eran aéreos, es decir, que su cuerpo estaba hecho de aire, por lo que un castigo físico no parecía la solución. El castigo de Dios consistía en condenarlos a pecar continuamente, con la consecuente imposibilidad de redención ni de recuperar su forma original. Esto les produce una rabia mayor que los conduce a dañar la creación de Dios y particularmente a aquellos hechos a su imagen, es decir, a los seres humanos. Los ejemplos literarios donde la idea de su composición aérea se manifiesta es en las Vidas de Santos, que se extienden del S.IV hasta casi el final de la Edad Media, donde éstos a menudo enfrentan demonios que adoptan distintas apariencias, a menudo utilizando objetos físicos para disfrazarse, puesto que el aire no es visible. Sin embargo, también surgen aquí los primeros símbolos inconfundibles que darán pie a una iconografía demoníaca: serpientes, dragones, jóvenes hermosas o hermosos, ángeles, monstruos de formas incongruentes, y otros animales que a la larga se identificarán con ellos, como los machos cabríos, identificaciones producidas a su vez por el recuerdo y reconocimiento de divinidades paganas.
Esto fue dotando de materialidad a estos seres maléficos, y provocó el desarrollo del imaginario demoníaco, cuyos ejemplos más puramente físicos puedan ser el (la) súcubo y el íncubo, demonios sexuales, uno succionador del semen masculino y otro penetrador, expulsor de semen pervertido. Hubo pensamientos extendidos, como el que se expuso en la obra Tratado contra los que invocan a los demonios, del inquisidor Jean Vivet (S.XV),que hablaban de la posibilidad de transmutación de los demonios, de alterar sus formas, y por tanto consideraba que estos demonios en concreto podían ser transexuales, es decir, que fuera el mismo ser el que robaba el semen con un cuerpo femenino para degenerarlo o envenenarlo con su esencia maléfica y que luego con cuerpo masculino lo introducía en las mujeres, dando lugar a seres monstruosos y enfermedades, junto a sueños eróticos y pesadillas. ¿Se creía esto posible? En leyendas, incluso el propio Merlín era hijo de un demonio y una joven célibe. Las malformaciones y excitaciones sin fin reproductivo bien podían identificarse con pecados carnales derivados de la presencia demoníaca. Estos demonios sexuales, acaso por su función, aún conservaban en parte su antropomorfismo, pero según son cada vez más asociados al diablo, evolucionan progresivamente de espíritus molestos a malignos, y su aspecto pasa a volverse también grotesco y repugnante, como podemos ver en las representaciones iconográficas de esta época. No obstante, hay excepciones en las que se mantienen alas de ángel, si bien éstas también se combinaban con alas de dragón.
Entre los malos actos, los pecados a los que inducen los demonios no son más que deseos propiamente humanos que se salen de la norma religiosa. Son tan cercanos y habituales entre los hombres que fácilmente, cuando se produce una exacerbación de los mismos, puede ser porque un demonio se haya introducido en el cuerpo, además de mostrar rechazo por los símbolos cristianos y blasfemar. Tertuliano consideraba que cualquier cristiano, siguiendo el ejemplo de Cristo, podía realizar exorcismos eficaces, pero en el S.V esta práctica pasó a estar reservada a diáconos y sacerdotes. Los demonios, se consideraba, como en el caso expuesto por Evagrio Póntico (345-399) o San Jerónimo (340-420), que tenían asignados cada uno un vicio o pecado concreto con el que torturar a la humanidad, lo que permite identificar quién es cada demonio y expulsarlo o someterlo, cosa que ya aparece en el Testamento de Salomón dentro de los Testamentos de los Doce Patriarcas, apócrifos datado en el S.II- I a.C. Evagrio incluía entre los siete pecados capitales, un octavo, la apatía.
Miguel Psellos (Ca. 1018 - 1078), en su Demonología, inicia un camino especulatorio que abre la vía de la demonología mágica o herética, pues no siempre es aceptada por los organismos eclesiásticos. Psellos afirma que existen seis clases de demonios, que identifica con planos de existencia natural: el ígneo, que se mueve por el aire que está encima de nosotros; el aéreo también se mueve por el aire, pero a nuestro nivel; el de tipo terrestre, y el acuático, en sus correspondientes esferas de influencia; el subterráneo, bajo tierra y el lucífugo es inmaterial, pues lleva la luz y se relaciona con los astros. Sin embargo, no se trata solamente de espíritus que dominan tal o cual elemento. Como demonios, odian al hombre por ser reflejo de Dios, y cada una utiliza sus poderes para dañar a los hombres: los dos últimos tipos citados producen epilepsia y asfixia, los que se mueven a nuestro nivel son los más dados a engañar nuestros sentidos. Tan cercanos son que pueden ser percibidos y manifestarse abiertamente. La idea del pacto demoníaco o diabólico era recurrente ya en desde el S.VI, sobre todo en la literatura relacionada con milagros de santos; sin embargo es a partir del S.XIII cuando se manifiestan los primeros casos de persecución de brujas y brujos que invocaban a los demonios y en concreto al diablo, entre otros tantos ritos paganos, supersticiosos o simplemente tradiciones de índole rural con las que se asoció. Acaso por las rencillas heréticas o internas de la propia Iglesia en esta época, pues el propio papa Bonifacio VIII fue acusado, en su lucha con Felipe IV el Hermoso, de tener un pacto con uno o varios demonios que le servían como consejeros. Bernardo Gui publica su manual Practice Inquisitionis hæreticae pravitatis unos pocos años antes de que se haga pública la bula del papa Juan XXIII, en 1327, que condenaba la brujería, dentro de la cual en ese tiempo entraba también la adivinación, pues se consideraba que quienes daban las respuestas eran los demonios. Se produce aquí la fusión fatal de cuestiones mágicas con las diabólicas, metiendo en este saco a los apóstatas y los idólatras, y creando una primera agrupación de corte satánico, manifiesto recurrente sobre todo desde el S.XV, a finales del cual se publica el Malleus Maleficarum. El teólogo Martín del Río desarrolló trabajos de demonología en sus Disquisitionum magicarum libri (1599-1600). Esta falsa libertad de los religiosos - falsa porque cualquiera que discurriera algo contra el poder de la Iglesia o el Catolicismo era automáticamente excomulgado como poco - se veía acompañada de una ciencia no menos vigilada que era la angelología.
San Anselmo de Canterbury (1033-1109), insistirá en que el mal no es la sombra de Dios, sino que la semilla de éste se encontraba en el ángel que se rebeló, de modo que la figura de Satán-Lucifer gana fuerza como villano. El mal se extendió desde éste, cuando engañó a Eva y Adán, y de este modo se expande por toda la Creación, buena, de Dios.
Siguiendo el ejemplo expuesto por Barros (2012) en el Antiguo Testamento Satán ni siquiera cumple el papel de enemigo declarado, ya que por ejemplo, en el Libro de Job, Dios es quien pone las reglas a la suerte de apuesta que realizan para probar su fe. Es en el Nuevo Testamento cuando el Diablo es enemigo de Cristo y de Dios, tentador y maléfico, destructor. Los Papas no eran ajenos a esta persecución, es más, se preocupaban efectivamente de la presencia de actos demoníacos. Sin embargo hubo posturas contradictorias. Mientras que algunos algo Papas anteriores, basándose en el Canon Episcopi, negaban las supuestas facultades de los brujos, diciendo que sus actos son puras alucinaciones y no conllevan efectos en el mundo real, centrándose a su vez en el testimonio de Agustín de Hipona, - que indica que los demonios, bajo el poder de Dios, no tienen permitido afectar a los humanos - , durante el año 1234, con Papa Gregorio IX a la cabeza, la Iglesia institucionaliza su represión contralo demoníaco, tome la forma que tome, incluyendo a los grupos heréticos como los cátaros, y evidentemente musulmanes y judíos, como seguidores o al menos copartícipes del mal. Otros como el papa Inocencio V (1225-1276) especifican que para los servicios del demonio es necesario el cierre de un pacto diabólico, y este podía ser desarrollado por cualquiera, desde un villano o mujer hasta un hombre de Dios, como ocurría en la leyenda de San Teófilo. Juan XXII( 1244-1334) convirtió la caza de brujas en una prioridad para la Santa Inquisición. Este Papa, aún siguiendo el Canon Episcopi antes mencionado, lo interpretó de otra manera, pues si bien los demonios no pueden afectar abiertamente, la adoración a Satán sí podía conllevar favores de su parte.
La Inquisición como institución surge en este momento, hacia el S.XIII. Sin embargo, los juicios no eran siempre llevados a cabo por ella, sino por pequeños juzgados comunales que se centraban en los rumores y las habladurías. Si la persona acusada de brujería no era sólo herborista o astrólogo, sino que recaía en un pecado de herejía, entonces era cuando se derivaba al acusado o acusada a un organismo mayor. La herejía, por supuesto, estaba muy, muy vinculada a la presencia de demonios. El que considera el primer caso de juicio y condena inquisitorial se produce en Milán, Italia, entorno a 1380, con dos mujeres llamadas Sabilla y Pierina, que habían sido llevadas a juicio varias veces por sus escapadas nocturnas, según ellas, junto a una mujer a reuniones denominadas "Juego", en las que había fiestas, banquetes, y se les permitía entrar en casa ajenas. Esta figura femenina, que algunos ven dentro de figuras mitológicas como las hadas, se fue alterando en los testimonios hasta que aseguraron haber invocado a un espíritu con el nombre de Lucifellum, quien las transportaba a las reuniones, y que en presencia de la dama y los presentes, el nombre de Dios no podía mentarse, que habían sellado pactos de sangre y mantenido relaciones sexuales. Esto les valió la muerte en la hoguera.
Muchos de los teólogos y sacerdotes de estas instituciones desarrollaron manuales para detectar la herejía y los pactos demoníacos. Por citar un ejemplo, Nicolas Eymerich (1320-1399), autor del Directorium Inquisitorium, dividió la brujería en tres categorías, y ambas incluían a los demonios en ellas: la primera categoría era la adoración a los demonios, que se demostraba a través de ofrendas y rezos a los mismos. La segunda categoría incluía la veneración de los demonios entre los santos y los ángeles, cosa que puede parecer extraña, pero que era muy frecuente en letanías populares. En la tercera categoría se encontraban las prácticas que requerían, en su visión, del auxilio de los .demonios para llevarse a cabo, por ejemplo la videncia o ciertos métodos curativos.
Siguiendo a Clark (1999), cualquier avance de pensamiento o científico no podía encontrarse apoyado por la Iglesia, ni siquiera por movimientos separatistas como el protestantismo, pero tampoco podía aceptarse la no-afectación de actos demoníacos o inexplicables, ya que negar la existencia de ciertas potencias sobrenaturales implicaría el cuestionamiento de las bases de la fe cristina, y además, afirmar que los demonios no pueden realizar actos inconcebibles desmentiría fácilmente todos los milagros no ya de Cristo, sino de los propios santos en los que se vanagloriaban.
Mas, como hemos indicado anteriormente, existe una rama que aún no puede llamarse completamente esotérica, que también es una fuente importante del conocimiento demonológico medieval. Los grimorios, comunes desde la Baja Edad Media, son los recursos principales, si bien en la actualidad, por descuido de sus ediciones, no siempre son fiables. En cualquier caso, su inserción en el Index librorum prohibitorum nos muestra que el estudio de los demonios, de manera positiva, no trae necesariamente mayores consecuencias, pero la búsqueda de su control sí. Por ello, aunque parezca que nos salimos de la cuestión medieval, debemos tener en cuenta que todo lo que ocurre en los inicios de la Edad Moderna es producto de la evolución del pensamiento medieval anterior. Por otra parte, es interesante que sea en el Renacimiento cuando más grimorios se produzcan o reproduzcan de sus homólogos medievales, como las famosísimas Clavículas de Salomón. En boca de Culianu (1987), hay un renacimiento también de las artes esotéricas.
Por ejemplo, en la primera parte del mencionado grimorio, la Ars Goetia, que se supone contiene textos basados en otros del S.XIII, S.XIV, los espíritus que se pueden invocar tienen la particularidad de ser sometidos, obligados a obedecer los deseos del amo, mientras que la idea general era el sometimiento previo del brujo o bruja al demonio, quien a cambio ofrecía sus favores. Si esto se trata de un pensamiento que la Iglesia ignoraba o al que no quiso prestar atención, es un asunto difícil de tratar.
Propiamente medievales, el Picatrix, compendio de magia árabe del S.XI, atribuido generalmente al matemático Abu al-Qaim Maslama ibn Ahmad al- Majriti y traducido más tarde por Alfonso X el Sabio, contiene una serie de correspondencias astrológicas y conjuros auxiliares de estas fuerzas y espíritus, que igualmente se identificaron como demonios. O como el Liber iuratus honorii, grimorio del S.XIII, también realiza una enumeración demoníaca, entre la magia diabólica, angélica y natural, con sigilos, fumigaciones, filtros... y que se inicia con una crítica a la Iglesia por no permitir la difusión de los bienes y ventajas que la magia puede proporcionar a los humanos.
También hay autores "magos" perseguidos con nombre propio: Pietro d'Abano (1250-1318) con su Heptamerón o Libro de los elementos, fue condenado, muriendo en la cárcel antes de ser ejecutado, salvado su cadáver por sus fieles amistades. En su obra, las correspondencias astrológicas y naturales con espíritus, aún siendo éstos ángeles y arcángeles en su mayoría, le valió tal suerte.
Marsilio Ficino (1433-1499) y su discípulo Pico della Mirandola (1463-1494) son ejemplos de personajes que dedicaron sus esfuerzos a estudios mágicos sin la suficiente comprensión externa, ya que abogando por la diversidad de creencias y religiones, así como el estudio de pensadores esoteristas, fueron perseguidos por la Iglesia, aún incluso sin menciones demoníacas.
Los posteriores autores,
entrando ya en terreno renacentista, merecEn también mención, ay que parte de
sus ideas toman base aquí. Heinrich Cornelius Agrippa (1486-1535), más conocido
como Agrippa von Nettesheim, teólogo pero también científico, alquimista y "mago",
desarrolla en su obra De occulta
philoshophia libri tres, -
sobre todo, porque tiene también otras obras sumamente interesantes
sobre aspectos como la numerología - las correspondencias entre la astrología y
la naturaleza, sin despreciar el valor divino de la creación, y combina y
equilibra por fin la demonología judeocristiana. Sin embargo, también sus
libros se incluyeron en el Index librorum prohibitorum,
y a pesar de haber sido protegido por distintas familias, sobre él cayeron
muchas leyendas oscuras que le precipitaron a una muerte pobre. Su discípulo, Johan
Weyer (ca. 1515 -1588) publicó en 1563 su obra De praestigiis daemonum el incantationibus
veneficiis, En este texto y su anexo, Pseudomonarchia daemonium, muestra una jerarquía demoníaca
organizada en príncipes, ministros y embajadores, con una perspectiva de corte
muy de la época. Enumera 68 demonios en total y los ata al poder divino. Sin
embargo, su misión no es enseñar demonología mágica, sino precisamente
establecer que estas fuerzas son superiores a cualquier humano, por lo que
considera farsas todas las cuestiones relacionadas con servidumbre demoníaca o
pactos. Diabólicos a través de actos de magia Por ello mismo, cuestiona también
las acusaciones de brujería, diciendo que solamente confiesan las mismas
fantasías de las que se les acusa, es el primero, dentro de la mentalidad de su
tiempo, en plantear que los actos mágicos son productos psicológicos, y las
confesiones demoníacas con tinte verídico, alucinaciones o trastornos.
Pietro Viktor Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com
Bibliografía:
-Daxelmüller, C. Historia social de la magia. Herder, 1997
-Flores Jiménez, A. Sobre la actividad de los demonios: un tratado bizantino sobre demonología. Revista Universitaria DCGSA-UNAM, 2008
-Garibay, E. Diccionario de demonios y conceptos afines. Ed. Lectorum, Méjico, 2005
-Servier, J. (dir.) Diccionario crítico de esoterismo (vol. I) Akal 2006
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