Historia del ocultismo (II): La Edad Media
La Edad Media es sin duda el momento histórico en el que la gran mayoría sitúa un hervidero de magia y artes ocultas, si bien al ocultismo como tal le faltan unos siglos para nacer. Empero, como ya se ha mencionado en anteriores ocasiones, la Edad Media fue una época, más que creadora, receptora de todas las tradiciones de la antigüedad cuya religión, magia, filosofía y ciencias se confundían y admiraban. Existen, no obstante, múltiples facetas de esta Edad Media, divisibles por su territorio, algo que a menudo se obvia al tratar este asunto, como si las vías de comunicación medievales hubiesen sido raudas y eficaces por todo el territorio.
En el sur de Europa occidental, entran a través de la Península Ibérica los conocimientos de los árabes, que conviven con las ciencias judías y con las tradiciones cristianas del territorio, unido a una situación política inestable, distribuida en múltiples reinos independientes; Italia siempre fue una vía de comunicación a través de la cual entraron múltiples conocimientos, a pesar de la presión del Papa de Roma. En la Europa occidental y central, se daría el perfecto caldo de cultivo entre presión eclesiástica y ritos paganos hasta desembocar en la ordalía y los terribles juicios inquisitoriales. En las islas británicas hubo tanta magia tradicional (medicinal, amulética) como prohibición legal de la misma.
En la Europa oriental tenemos el Imperio Bizantino, cristiano, deteniendo el avance turco, promoviendo las Cruzadas para la defensa de sus fronteras, hasta que las rencillas de los distintos señoríos permitieron a Mohamed II vencer a Constantino (1435). Ello no impidió que previo a ello se realizasen buenos trabajos sobre disciplinas esotéricas y religiosas, como la angelología o la adivinación. En los países eslavos, donde la magia siempre fue un fenómeno cultural, la magia era sobre todo de corte agrario, un terreno donde la Iglesia Ortodoxa no pudo llegar, escondida tras ritos del campo, festividades, bodas, bailes y cánticos, no exentos, por otra parte, de la amenaza de los turcos y de los enfrentamientos entre sus propias naciones. Por otra parte, los países Escandinavos se mueven entre el latín y el rúnico, entre las tradiciones de los pueblos y las incipientes grandes ciudades, además de la unificación de los estados bálticos (Noruega, Suecia y Dinamarca).
La magia o la brujería
Lo más destacable de este período es la cristianización, o mejor dicho, las "des-paganización", y el cambio de visión de la magia: si bien siempre han existido las categorías de magia buen ay magia mala, el cristianismo vinculará prácticamente la totalidad de la magia a las artes demoníacas, dándole siempre cariz negativo, salvo en los casos en que el Dios cristiano puede haber presentado auxilio, como a través de la bibliomancia con la Biblia o Epistolarios, o la astrología, dado que el universo es creación divina. Además, la Iglesia, para mantener su control territorial y espiritual, tuvo que luchar contra sectas y herejías, endureciendo de esta manera cualquier acto que pudiera salirse de la norma y juicio eclesiásticos. El principal problema al que debieron enfrentarse para dicho control fue a los individuos poderosos o con cierto estatus social que eran adeptos a cuestiones paganas, tanto más si éstas eran mágicas, como podía ocurrir con aquellos reyes que frecuentaban adivinos y pitonisas, interpretadores de sueños o sanadores, y más laxamente, con las tradiciones rurales, la mayoría de las cuales no eliminaron, sino que las reconvirtieron vinculándolas a santos o situaciones religiosas.
La magia hasta el S. X fue simplemente castigada, del mismo modo que ocurría con las herejías, con la degradación, en el caso de cargos públicos o eclesiásticos, o con la excomunión. Fue en el S.XII, a raíz de la supresión de la herejía de los cátaros, cuando herejía y práctica mágica se fusionaron en la imaginación medieval, y toda herejía, y por tanto magia, conllevaban la presencia demoníaca. Rápidamente se vislumbrará la magia como lo maravilloso e inexplicable, que no es aceptable como lo es un milagro, pero no necesariamente sea dañino, como ocurría con la astrología o las piedras prodigiosas. Pero aparte de esta magia, de por sí vista con recelo, existirá una rama cuya finalidad es siempre maligna, que evidentemente no puede sino estar asociada con el diablo y buscar la destrucción del cristianismo y la humanidad, y eso será la brujería. Claro que, en un breve espacio de tiempo, todo lo considerable peligroso a nivel religioso, social, económico, moral, político, etc., será considerado demoníaco y se asociará a ello, sumándole una serie de cualidades exageradas e inventadas que infundirán el miedo en la población, como era el sacrificio de niños a Satán o la cópula con él. Es la ya mencionada diferencia entre la magia naturalis y magia daemoniaca, llevadas al extremo.
Es probable que sin esta asociación demoníaca, las persecuciones y temores hubieran quedado en rencillas populares y reprimendas eclesiásticas contra tradiciones paganas agraria, sin haber desatado todo el proceso inquisitorial. Sin embargo, no debe olvidarse que fue ya en el S.XV, es decir, finalizando la Edad Media y comenzando la Edad Moderna, cuando la Inquisición provocó sus masacres ideológicas. Parte de culpa la tuvo, sin quererlo, la gran difusión que la imprenta, inventada en 1453, pudo dar a las obras que la condenaban.
Si bien hubo muchos intelectuales y estudiosos, y también religiosos, de la época, que trataron de redirigir la magia hacia un entorno científico, o al menos desvincularlo de sus connotaciones diabólicas, sus palabras no fueron bien atendidas: de hecho, el primer documento cristiano en que se mencionaba la brujería, el Canon Episcopi del año 906 de Regino de Prüm, indicaba que era función de los sacerdotes decirle al pueblo que todas las historias sobre brujas volando y hechicerías eran cosas falsas, mentiras y en todo caso, alucinaciones. A pesar de ello, las acusaciones se sucedieron, y mientras, muchos científicos fueron también perseguidos, como Pietro d'Abano (c. 1257 - 1316), que murió en prisión, acusado de herejía y ateísmo por sus trabajos médicos, filosóficos y elementales; o Pico della Mirandola (1463-1494), quien rechazaba la cábala judía pero estudiaba la astrología y cábala cristianas, y que fue excomulgado y forzado al exilio por sus obras, en las que, por ejemplo, replanteaba el libre albedrío y el derecho del ser humano a discrepar. Roger Bacon (1214 - 1294) fue encarcelado por sus previsiones mecánicas, algunas de las cuales, como los puentes colgantes, fueron tomadas por profecías y revelaciones surgidas de la práctica de la brujería. Ya prácticamente en el Renacimiento tendremos a Agrippa von Nettehesheim (1468-1535), quien escribió distintas obras sobre ciencias ocultas pero fue acusado, precisamente, por defender a una mujer acusada de brujería.
Otros personajes, sin embargo, fueron contrariados en pocas ocasiones, y sus conocimientos se atribuían al Espíritu Santo. Es el caso de Hildegarda de Bingen (1098- 1179), quien tuvo visiones místicas que puso por escrito y de la que además se decía que era conocedora de múltiples tratamientos medicinales con hierbas; o de Alberto Magno (ca. 1195 - 1280), doctor de la Iglesia que pudo tratar abiertamente sobre la alquimia y la astrología, entre otras materias científicas. Concretamente de este último, la producción mágica fue posterior y falsamente atribuida, exprimiendo aquellos aspectos de su obra que daban pie a ello, pero en los que el autor no se había atrevido a indagar en exceso. Quizás el mayor ejemplo del científico que nunca fue cuestionado a tales niveles fue Paracelso (1493 - 1541) y la llamada medicina hermética.
Tipos de crímenes
La práctica de ritos agrarios, como se dijo más arriba, fue reconvertida o, si algún acto destacaba por una práctica muy sospechosa, se excomulgaba al culpable, con la consecuente "salida de la sociedad" y abandono absoluto que entonces implicaba. Pero si había pruebas físicas de un acto mágico, como podían ser símbolos u objetos, entonces la imaginación macabra se disparaba. Tanto más si la implicada era una mujer, sobre las que circulaban textos sobre su papel de condenadora de la humanidad, y en especial, cuando se trataba de viudas, matronas o prostitutas.
Entre los múltiples crímenes encontramos, por supuesto, la necromancia, por ser contraria a la fe cristiana, que reserva la Resurrección a Dios en el Día del Juicio Final, y el envenenamiento: filtros y pociones, ungüentos, todo ello daba lugar a la modificación de la voluntad y a la enfermedad y la muerte, por lo que era muy vigilado, cuánto más porque siempre es una actividad que se desarrolla a escondidas, y con fines muy concretos: no sirve de nada envenenar a un granjero, pero sí a un noble cuyas tierras vaya a heredar el interesado. Pero más allá de los posibles brebajes o medicinas (que también habría entre la curandería), la preocupación venía por los supuestos componentes: sangre de animales, insectos, escorpiones, arañas, ratas y otros animales, junto con la recolecta de otros tantos elementos repugnantes que, para mayor horror religioso, se creía que eran recogidos en momentos astrológicos propicios.
Por otra parte, fue relativamente común el crimen magiae mediante figuras de cera. Muchas de estas supuestas ceremonias mágicas iban dirigidas a altos cargos, y durante un tiempo se creyó que había una conspiración de hechiceros contra el Papa de Roma. Igualmente se perseguían amarres de pergamino o cuerdas, o rituales cuya naturaleza fuese claramente supersticiosa o mágica, como enterrar animales en las puertas de una casa para afectar a la persona que la habitaba, escupir u orinar en los umbrales (por aquello del poder mágico de la saliva y la orina), el uso de carne, sangre o piel animal con fines distintos de la alimentación o la peletería, el uso sospechoso de cristales y espejos, y un largo etcétera. Y todo esto teniendo en cuenta que, para las gentes comunes, la lectura y la escritura eran inalcanzables, de modo que entre las gentes de alta cuna se encontraba el aliciente de los textos mágicos, operaciones matemáticas, nombres secretos, nombres paganos y nombres diabólicos.
Tomás de Aquino (c. 1225-1274) en su Summa Theologicae expone una división, que aprovecharemos aquí, de las tres supersticiones medievales: La primera tiene relación con las religiones paganas y todos los actos derivados de esta, que pecan al no dar culto al Dios verdadero. Aquí se incluían todo tipo de actos que pudieran resultar extraños.
La segunda es la adivinación, que tuvo también su gran papel en estas prohibiciones y persecuciones. Con la excepción de la astrología en su vertiente meteorológica, todas las prácticas de adivinación eran ilícitas, pues los adivinos (divini) pretenden conocer el futuro, algo que sólo pertenece a Dios, y en lo que, para satisfacer a los hombres, intervienen los demonios, mostrando visiones, señales y formas, éstas últimas en la geomancia, la hidromancia, la molibdomancia, la piromancia, la aeromancia o el aruspicium u observación de las entrañas animales, frecuente de muchos pueblos de la antigüedad. Tomás de Aquino distinguía además estas artes adivinatorias de las que, según él, no necesitaban el auxilio de los demonios, sino que simplemente eran superstición, como eran los presagios, el cuelo de las aves, la quiromancia, las distintas formas de echar las suertes, o la propia astrología.
En tercer lugar se encuentran los amuletos y talismanes. Aquellos de contenido religioso tenían poder divino en sí mismos y eran aceptables: pero cualquier amuleto que tuviese algún signo pagano o desconocido, u objetos considerados poderosos en sí mismos (hierbas, minerales).
Judíos y árabes
Los judíos y los árabes impulsarán la recuperación veloz de las tradiciones de la antigüedad, junto con la inclusión en Occidente de las suyas propias. La mística, la cábala, la astrología, la alquimia. Y cada nuevo tratado de magia que aparezca será atribuido a ellos.
Los judíos, si bien serán sabios de la corte, médicos y colaboradores científicos, como ocurría en la corte de Alfonso X, a partir de la Segunda Cruzada tiene lugar una incertidumbre política y cultural, que desemboca en una crisis social y económica, y que acaba volcando toda la hostilidad y malestar sobre los judíos, bajo pretextos religiosos como los culpables de la condena de Cristo, de realizar actos brujeriles, entre los que se incluían, según tales acusaciones fervientes, sacrificios de niños cristianos, y por otro lado, envidias hacia sus posiciones privilegiadas en cortes autodenominadas cristianas, o recelos por la prosperidad de sus comunidades y negocios. Su vinculación por la magia puede hacerse notar en cómo los aquelarres tomaron durante la Baja Edad Media el nombre de synagogae y sabbats, lugares y días sagrados de los judíos, o la acusación en el S.XI de que unos judíos habían matado al obispo de Tréveris mediante el uso de figuras de cera, bendecidas por un sacerdote sobornado, y quemadas hasta derretirse por completo en un Sabbat. Sin embargo, esa misma acusación olvidaba que en Sabbat no sólo está prohibido trabajar, sino que está prohibido encender fuegos.
Varios estudiosos han querido ver en las representaciones del mago medieval una caricatura del judío (nariz prominente, larga barba, gorro picudo). Si bien la magia era practicada a distintos niveles desde la óptica cristiana - la cual, por su parte, se reservaba los conocimientos que le interesaban - lo cierto es que el Talmud y la Torá condenan la práctica de la magia, lo que no cambia que muchas prácticas pseudorreligiosas hebreas fueran puramente actos que podrían denominarse mágicos por su praxis.
En lo que respecta a los árabes, en la Edad Media se encontraba extendió el uso de inciensos contra los djinn, talismanes y cuadrados mágicos. Asimismo, también estudiaban mística, cábala, habían recuperado tradiciones astrológicas de la antigüedad. La creencia en la magia eficaz existía en sus creencias: la magia había sido mostrada por los ángeles Harut y Marut a los hombres, a los que instaron a no imitar, pero quienes lo hicieron se convirtieron en hechiceros: la mayoría de ellos, como no podía ser de otro modo, eran babilonios. También entorno a la figura de Mahoma encontramos que los mandamientos del Corán se redactaron en sadj, un verso popular que, por otra parte, era considerado también oracular. Otra historia nos cuenta que Mahoma deshizo una maldición que le había realizado un judío con una figura de cera, encontrando la misma y recitando versículos del Corán.
De todas las obras de conocimiento babilonio y grecorromano que los árabes introducirán en Europa, excepto en el sur, donde sí llegaron a instalarse, y en las zonas del este donde los turcos entraron, fueron los judíos quienes extendieron las obras árabes. Destacable es que con los árabes comenzó la locura alquímica medieval, así como la búsqueda de la piedra filosofal.
Alquimia y hermetismo
La alquimia llegó a enseñarse en las universidades durante el S.XIII. Esta ciencia, precursora de la química, tenía dos vertientes diferenciadas: la primera, la conversión de metales viles en oro; la segunda, la interpretación filosófica y espiritual de este mismo procedimiento, en otras palabras, la mejora y perfección espiritual. Sin duda, políticamente hablando, influyó más la primera: muchas cortes tuvieron a prestigiosos alquimistas trabajando para ellos, y sus funciones se centraban, evidentemente, en la obtención de oro. El alquimista más famoso tal vez fuera el francés Nicolás Flamel (ca. 1130 - 1418), escribano y librero que amasó una fortuna relevante para su cargo y época, realizando impresionantes donaciones en vida y en muerte. Ello, unido a que el rey Carlos IV de Francia solicitara su ayuda, y tras ello se construyeran pórticos, asilos, hospitales, esculturas... hicieron pensar que en efecto había encontrado la forma de extraer oro de materiales viles, y que por eso el rey le habría reclamado. Además, en su obra Libro de las figuras jeroglíficas (1399), se cuenta el descubrimiento entre sus libros de un grimorio cargado de símbolos e imágenes incomprensibles, apurándose en consultar a los sabios alquimistas y cabalistas españoles, al realizar el Camino de Santiago. Con todo, el texto parece tan críptico como el que buscaba descifrar, jugando con simbolismos teológicos y herméticos, como los colores y los minerales con dobles sentidos. No se quedan atrás los alquimistas Miguel Escoto (ca. 1175- ca. 1232), escocés admirador de la obra de Averroes, del que se decía que invocaba su espíritu para que lo auxiliase, así como que desarrolló grandes dotes para la profecía y el hipnotismo; el catalán Arnau de Vilanova (ca. 1238 - 1311), médico, filósofo, teólogo y políglota, se ganó fama de alquimista por sus continuos viajes y su estancia de aprendizaje en Montpelier, donde se consideraba que la medicina se impregnaba y nutría de las ciencias ocultas semitas; Roger Bacon (ca. 1214 - 1294), acusado de brujería por la difusión de la alquimia árabe, si bien algunos historiadores opinan que, en realidad, las acusaciones fueron producto de su inclinación teológica hacia la pobreza franciscana, y que fue precisamente la fama de alquimista y brujo posterior la que sacó su figura del olvido; y por último, el ya mencionado Alberto Magno. Hay quienes incluyen a Tomás de Aquino entre los alquimistas, precisamente por estos lenguajes encriptados, simbólicos, y por una correspondencia con su amigo Reinaldo, al que insta a centrarse en la salvación de las almas, antes que en una ciencia que ofrece grandes ventajas materiales, pero temporales.
En los estudios sobre alquimia también se tenían en cuenta las influencias astrales sobre los elementos utilizados para las mezclas alquímicas, así como otras cuestiones herméticas. Influidos por el texto de la Tabla Esmeralda, una mítica tabla esmeralda, o doce de ellas, donde se incluían los preceptos de la llamada Gran Obra, expuestos por el sabio Hermes Trimegisto. Su texto, trasladado en mil formatos, es mucho más críptico que largo, y reúne en sí los que se consideran los principios de los conocimientos ocultos, destacando el que se ha convertido en una de las sentencias más repetidas y reconocidas del mundo ocultista y esotéricos hasta el día de hoy: Como arriba es abajo y como abajo es arriba. Un máxima que equipara lo celeste con lo terrenal, y viceversa, así como macrocosmos y microcosmos, y un largo etcétera que permite afianzar y justificar las relaciones astrológicas, las correspondencias físicas u homeopáticas, y prácticamente cualquier situación en la que pueda considerarse la existencia de un poder mayor o destino, o de una predisposición.
Entre otras ciencias herméticas se encontraban las tres ciencias sagradas: el número, la arquitectura y la geometría, relacionadas con el espíritu, el cuerpo y el alma. Esto desemboca en la aplicación en la construcción de las catedrales, cuyas formas y espacios suponían un lugar en comunión con las leyes del universo, y permitían a los fieles formar parte de ese orden en el momento más espiritual. Dios era, sin duda, el gran arquitecto, creador de un mundo donde todo encajaba.
Cábala
La cábala, una ciencia mística judía que atrajo grandes atenciones en sus inicios, fue posteriormente visto con recelo e incluido en las prácticas esotéricas perseguidas e incomprendidas. En el S.XI tenemos el Bahir francés, texto tan breve como incomprensible fuera del contexto de la mística judía. El Zohar y el Sefer Yetzirah del S.XIII serán las principales obras en las que se fundamente la cábala judía, que por separación étnica y religiosa acabará desarrollando la cábala cristiana. De los estudios de la cábala se extraerá también el uso de la gematría, esto es, la interpretación de las palabras por la asignación de un número a cada letra, de gran uso en cuestiones esotéricas incluso hasta el día de hoy, así como cuestiones herméticas sobre la angelología y la demonología, reinterpretadas desde las sefirot (virtudes) y las qlifot (las impurezas).
Asociada al pueblo judío, con lo que conllevaba en los momentos en que todo se volcaba en su crítica y expulsión, la cábala se asoció con la brujería parcialmente por los sectores menos interesados en su estudio, o por aquellos que se vieron en una encrucijada de acusaciones de brujería y tenían textos cabalísticos que podían parecer magia, aunque a menudo se estudiara como filosofía, ya que para muchos no dejaba de ser una exposición de la creación divina a través del desarrollo de las virtudes, provenientes de Dios, que los seres humanos podían alcanzar; asimismo, otros aceptaban la vertiente mística de la interpretación profunda d ellos textos religiosos, muchos de los cuales (como el Génesis o textos proféticos del Antiguo Testamento) eran compartidos por la religión cristiana.
¿Qué vinculación, como tal, fue tan evidente para la acusación de magia de la cábala? Muy probablemente el aire oscuro y misterioso que tenía su interpretación, junto con las ideas compartidas con pensamientos herméticos de relaciones entre macrocosmos y microcosmos, entre hombre y Dios, por lo que está hecho a su imagen y semejanza, y también la cercanía al pensamiento gnóstico, del que tenía mucha influencia, pero reconocido como herejía cristiana. Dentro de la doctrina mágica, la cábala contenía unos principios que a día de hoy son básicos en las ideas ocultistas rituales, como que el Lógos, la palabra, el pensamiento, la voz, eran una herramienta de creación. Y sus herramientas, las letras y los números, se encuentran imbuidos de poder en sí mismos. El poder puede que sea menor que el del Creador, pero seguirá siendo un poder real. Esto es inconcebible en un monoteísmo jerárquico.
Sin embargo, como ocurría con la astrología, tuvo sus "salvadores" entre la nobleza y los estudiosos, llegando al punto de ser considerada una forma de revelación divina (a pesar de ser hebrea), e incluirla en las prácticas aceptables de la magia naturalis, como indicó tardíamente Heinrich Solter (1648). Para muchos, la cábala sólo es comprendida profundamente por unos pocos elegidos, que tienen una predisposición natural a su interpretación. Por sus particularidades numéricas, son muchos los que se aventuraron a ello, siendo los más conocidos, puede que precisamente por su exposición abierta, el misionero Ramón Llul (1232 - 1316); Dante Aligheri (ca. 1265- 1321) cuyo rastro puede verse en su obra La Divina Comedia; Pico della Mirandola (1463-1494), acusado de herejía, y considerado padre de la cábala cristiana; o Agrippa von Nettesheim (1486- 1535) en su De Occulta philosophia, hablando de las propiedades ocultas de la materia.
No debe olvidarse que cuando en el Medievo la cábala se dividió para poder estudiarse como cábala cristiana, no fue hasta la expulsión de los judíos de España cuando la cábala judía volvió a recuperarse y reunirse, como marca de identidad étnica. Para cuando la cábala judía volvió a ser reconocida, ya existían por todo el territorio europeo la cábala cristiana y la hermética, lo que provocó un cierre aún mayor que, en muchos sentidos, continúa en la actualidad.
Mitología y simbolismo
La Edad Media gozará, a pesar de la imposición del monoteísmo, de múltiples restos paganos en sus mitologías populares, así como tradiciones folclóricas. Elfos, gnomos, enanos, hadas, pixies, brownies, trolls, gigantes, ogros, mouros, meigas, fantasmas, sirenas, basiliscos, unicornios, dragones y por supuesto, magos y brujas. También encontramos en la tradición popular diablillos, más identificables con espíritus traviesos que con la imagen oscura del demonio cristiano. Todo esto y otras muchas criaturas formaban parte del imaginario, y a día de hoy en muchas zonas estas creencias y tradiciones continúan. Su plasmación en la literatura, en los bestiarios y en los libros de viajes da clara muestra del pensamiento mágico de las gentes. Habrá mitos menores, y mitos mayores como pueden ser el ciclo artúrico, con Merlín como figura mágica benéfica, y Morgana le Fay como figura negativa, en este caso de hada o hechicera. Por otra parte, en las catedrales románicas y góticas pueden verse distintos simbolismos ocultos, procedentes de tradiciones paganas y herméticas. Los colores, los animales, la heráldica, todo tenía un sentido profundo. Muchos antropólogos han indagado sobre la vinculación de personalidades humanas a características o comportamientos animales, o a simbologías bíblicas.
Sin duda el individuo medieval guardaba un pensamiento mucho más universalista de lo que alcanzamos a comprender hoy día cuando se nos presentan como personajes iletrados llevados por una fe exacerbada. Sin embargo, para ellos lo invisible afectaba a todo lo visible. Tema aparte será el de las mujeres como chivo expiatorio de todo este ambiente de enfrentamiento político, social y religioso, y por qué no, intelectual. Se ha preferido no abrir esa puerta en este artículo por dos motivos: el primero, que la verdadera locura de caza de brujas comenzará a las puertas del Renacimiento, y será, increíblemente, en los tiempos modernos cuando se desate la locura, a pesar de los avances agigantados en otros campos. El segundo, porque se está hablando de los orígenes del ocultismo, y el ocultismo siempre ha considerado la magia un estudio ritual, filosófico e intelectual, en el que por desgracia las mujeres no pudieron entrar hasta hace bien poco. Y en tercer lugar, que este aspecto de la brujería, la femineidad, requiere de artículos en solitario para poder abarcarse como es debido, sin caer en una serie de prejuicios mal expuestos que en la actualidad están nublando los verdaderos estudios de género al respecto.
Pietro Viktor Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com
Bibliografía:
- Cantera Montenegro.
Los judíos y las ciencias ocultas en la España Medieval. "En la España Medieval" nº 25, 2002, (47-83)
- Daxelmüller, C. Historia social de la magia. Herder, 2009
-García Fernández, E. Reflexiones históricas sobre la ciencia y la magia en
la Edad Media. Cuadernos del CEMYR nº8, 2000 (11-52)
- Gérin Ricard, L. Historia del Ocultismo. La Otra Realidad. Barcelona,
1961
Bibliografía:
- Cantera Montenegro.
Los judíos y las ciencias ocultas en la España Medieval. "En la España Medieval" nº 25, 2002, (47-83)
- Daxelmüller, C. Historia social de la magia. Herder, 2009
-García Fernández, E. Reflexiones históricas sobre la ciencia y la magia en
la Edad Media. Cuadernos del CEMYR nº8, 2000 (11-52)
- Gérin Ricard, L. Historia del Ocultismo. La Otra Realidad. Barcelona,
1961
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