Las brujas de Zugarramurdi: una historia de acusaciones y abuso de poder

06.11.2024

Uno de los episodios más conocidos en la historia de la brujería española es el Auto de Zugarramurdi, en Navarra. La Inquisición en España realmente no debe su fama a su crueldad o a su número de víctimas, sino a una leyenda negra que se expandió posteriormente por parte de los países anglosajones, donde la Inquisición había sido mucho peor, pero había terminado antes. Baste con pensar en que el terrible Martillo de las Brujas surgió en Alemania, o en los ahorcamientos de brujas en las islas británicas. En Zugarramurdi, que causó escándalo, se condenó a la hoguera a 11 personas en total, 6 vivas y 5 ya muertas, mientras que una veintena fueron disculpadas. En el mismo tiempo, en Francia, Pierre de Lancre condenaba a muerte doscientas personas tras tortura, y unos años después Mathew Hopkins, en Inglaterra, mandó a la horca en total a trescientas personas. El caso de Zugarramurdi permite comprobar cómo funcionaba la Inquisición en España a nivel burocrático y religioso, limpiar un poco la leyenda negra, y visualizar personajes como Alonso de Salazar y Frías, quien intervino en estos juicios, comprobando que la persecución de brujas en España distaba mucho de ser una locura colectiva como sí había sido en el resto de Europa.

Navarra era un estado independiente con sus propias leyes, cultura, tradiciones e incluso lenguas. La implantación de la Inquisición tiene lugar en el momento en que este territorio se anexiona a la Corona de Castilla, a principios del S. XVI. Para la Corona de Castilla la imposición de un mismo sistema legal y religioso en todo su territorio era parte activa de un mejor control estatal. Sin embargo, para la población navarra suponía un cambio que, aunque gradual, rompía muchas de sus bases sociales y culturales. Por ejemplo, hasta ese momento muchas supersticiones y tradiciones locales nunca habían sido juzgadas bajo la óptica de la herejía, y actos que parecían comunes podían ser tomados por heréticos y acabar acusados por una "costumbre de viejas". Si bien la mayoría de juicios requerían de testigos y acababan con penas de prisiones temporales o multas económicas, ello no impedía que existiera un ambiente incómodo y temeroso de dichas acusaciones.

La historia de las brujas de Zugarramurdi en realidad comienza con una persecución de brujas en Labort, territorio del llamado País Vasco Francés. Allí el funcionario Pierre De Lancre había llevado a cabo una persecución y condena de 80 personas en la hoguera. Muchas personas, asustadas, huyeron a las fronteras del País Vasco español y Navarra. Aquí se encuentra la población de Zugarramurdi, de unos pocos centenares de habitantes.

María de Ximidelgui, de padres franceses, era vecina de Zugarramurdi, pero había vuelto a territorio francés siendo adolescente. Concretamente, a Labort. Al regresar en 1608, afirmó haber sido iniciada en un aquelarre de brujas en Francia, donde había volado en escoba, renegado de Dios y la Virgen, y se había untado con sus pócimas. Según decía, continuaba yendo a algunos aquelarres que tenían lugar en las cuevas navarras, y entonces señaló a una vecina de Zugarramurdi, María de Jureteguia, diciendo que la había visto en uno de ellos. Pese a que María de Jureteguia negó la acusación, la sospecha se fue elevando y cada vez eran más personas las que habrían participado en dichos aquelarres, entre las que se encontraban varios hombres - incluyendo al marido de la acusada, otras mujeres y hasta niños. Todo ello se debía al miedo y la proliferación de las intrigas. Sorprendentemente, al final la primera acusada dijo que sí, que era cierto que era bruja, desde que se inició con su tía María Chipía de Barrenetxea quien la inició, dando pie a la brujería en su familia… junto a ella, otras personas del pueblo cuyas casas habían sido registradas a fondo, que confesaron ser brujas y brujos en la parroquia… y fueron perdonados, tanto por el párroco de Zugarramurdi como por sus vecinos. Todo volvió a la normalidad.

Pero Navarra ya no era un territorio independiente, y lo sucedido llegó a oídos del Tribunal de Logroño, quien era el encargado jurisdiccional del territorio navarro, con Alonso Becerra y Juan del Valle Alvarado como máximos representantes de la locura que vendrá. La Inquisición envió en enero de 1609 a un comisario que se informara de lo ocurrido, pero su texto fue leído de forma literal por los inquisidores quienes, creyendo firmemente en la existencia de brujería, acusaron a las cuatro mujeres que habían confesado anteriormente ser brujas y las llevó a la prisión de Logroño. Pese a que el carcelero insistió en que había hablado con ellas y que simplemente se habían confesado brujas tanto antes como ahora para salir del embrollo, los inquisidores no escucharon y enviaron en febrero una carta al Consejo Supremo de la Inquisición de Madrid, quienes contestaron siguiendo el protocolo que primero debían asegurarse de las acusaciones y someterlas a un interrogatorio más complejo.

Nuevamente los inquisidores no sólo ignoraron el protocolo enviado desde Madrid sino que cuando los familiares de las cuatro mujeres acudieron a Logroño para defenderlas, acabaron encerrándoles también. Tras cinco largos meses de encierro, las pobres gentes confesaron todo lo que se les pidió, pero los inquisidores no se contentaron y acabaron sacando más nombres de gente de la montaña y el pueblo. Se envió un inquisidor que paseó por toda la provincia y también por zonas del País Vasco: mientras en el monasterio de Urdax contaban que el lugar estaba infestado de brujas, el propio obispo de Pamplona, Venegas Figueroa, negaba todo, diciendo que las gentes navarras eran <<gente pía y cristiana>> y que todo era culpa de las noticias traídas de Francia: lamentablemente, acudir a los juicios de las brujas se había convertido en una forma de entretenimiento. Los testimonios de este inquisidor - según Caro Baroja, llamado Juan Valle Alvarado - fueron recogidos por Juan Mongastón después del terrible Auto de fe. En él se describen las típicas acusaciones de aquelarre - que por cierto, akelarre significa en vasco "prado del macho cabrío" y está testificada por primera vez en este proceso inquisitorial de 1609 - en las cuales el Demonio se entronizaba y marcaba con su uña la piel de los novicios, se realizaban danzas y hechizos diabólicos con el fin de causar enfermedades, tempestades, malas cosechas, así como les permitía metamorfosearse en animales para destruir y pasar desapercibidos. Igualmente se enseñaban entre sí polvos, pócimas y ungüentos para envenenar y hechizar, y cometían fornicación y sodomía. Dicho de otra manera, no se innovó nada en el imaginario de la brujería ni se tomó ninguna referencia de la realidad contrastable.

La acusación final llegó en junio de 1610, donde se declaró culpables a 29 personas. Solamente Alonso de Salazar y Frías, inquisidor que había llegado un poco más tarde, defendió primero la inocencia de una de las mujeres, María de Araburu, por falta de pruebas, y trató de salvar a cuatro acusados a través de una "falsa confesión de brujería", que los acusados se negaron a dar: si hubiesen mentido y dicho que sí, que eran brujos pero se arrepentían, Salazar hubiera conseguido sacarlos de allí. Pero ellos prefirieron morir diciendo la verdad, que no sabían nada de brujería y que la Inquisición los torturaba para manipular sus testimonios. Salazar después denunció públicamente las declaraciones de culpabilidad del resto, pero ya tarde, pues ya habían sido quemados en el Auto de fe del 7 de noviembre de ese mismo año.

A dicho Auto se estima que acudieron casi treinta mil personas, entre familiares y conocidos, y entre aquellos que venían incluso del sur de Francia a presenciarlo como espectáculo. 21 personas vestían sambenitos y corozas - los gorros cónicos - porque habían confesado su crimen y se habían arrepentido, por lo tanto, contaban como "reconciliados" con la Iglesia. Se llevaron también cinco efigies por cinco condenados que habían muerto en prisión por no reconocer que eran brujos y brujas, junto con sus huesos desenterrados. Les seguían cuatro mujeres y dos hombres más, también con sambenitos, que serían quemados vivos por no reconocer su dedicación a la brujería. La lectura de las condenas y los sacrificios se alargaron hasta el día siguiente.

De este evento histórico podemos extraer muchos detalles:

-El primero de ellos, que por desgracia todas estas acusaciones comienzan siempre por habladuría y señalar a alguien, quien al sentir miedo, acaba mencionando a otros, y así se crea una red de relaciones que alimenta los rumores. María de Ximidelgui y María de Jureteguia cumplen el mismo papel histórico que las niñas de Salem y su criada Tabatha, y así se repite el patrón en la gran mayoría de acusaciones de este tipo. Además sumamos aquí que las primeras sospechas y condenas siempre son entre y hacia mujeres.

-En segundo lugar tenemos que estas acusaciones, a nivel popular, apenas tenían consecuencias. Es la Iglesia la que por una parte induce al temor hacia costumbres "heréticas", y quien luego se entromete para que las mismas sean castigadas a lo grande como modelo. Si por los vecinos de Zugarramurdi hubiera sido, todo habría quedado en una anécdota. Alonso de Salazar y Frías indicó en uno de sus textos que precisamente la mención de brujería en sermones y noticias es lo que provoca su propagación: se creaba en las gentes una nueva preocupación innecesaria que azuzaba la imaginación.

-De la Inquisición Española también podemos decir que, pese a su gran burocracia y organización, en la que destacaban dilatados tiempos de comprobaciones, existía igualmente un vacío institucional, que permitía la actuación libre de sus miembros. Los inquisidores de Logroño ignoraron las pautas dadas desde Madrid y actuaron por su cuenta tomando solamente en consideración los testimonios que les interesaban. Es una clara muestra de abuso de poder contra las gentes del pueblo, incluso si creían firmemente en su misión y en los actos "satánicos" estandarizados, sus actos no pueden considerarse justos ni de buena fe.

-Por último tenemos a quienes intervinieron y fueron ignorados: el carcelero, que sabía que las mujeres habían contestado lo que esperaban que se contestara, con el deseo de salir de la prisión, y así lo comunicó en vano;

Los familiares, que al tratar de defender a sus mujeres fueron considerados cómplices, probablemente porque eran gentes de montaña "iletrados".

Tenemos también al obispo de Pamplona, que, conocedor de lo que pasaba en las fronteras francesas, indicó al comisario de la Inquisición que de allí provenían tantos rumores e historias - y no andaba desencaminado;

Y al propio inquisidor Alonso de Salazar y Frías, quien fue el primero dentro del tribunal de Logroño que dudó de una acusación, y posteriormente fue consciente de la catástrofe general. Antes que él, ya otros tres religiosos habían solicitado a Madrid que enviaran a un comisario que investigara Navarra "con menos pasión", es decir, consideraban que el enviado desde el Tribunal de Logroño no era imparcial. Por su lado, la Sede de Madrid envió a Salazar a investigar a por los pueblos de País Vasco y Navarra con unas instrucciones extremadamente laxas: cualquiera que confesara y se arrepintiera quedaría libre de cargos. Nada que ver con lo que estaba haciendo el Tribunal de Logroño. Según testimonios Salazar, a quien dedicaremos un artículo completo, habría salvado así a miles de personas, entre ellas muchos niños y niñas, de las acusaciones que pululaban.

El Santo Oficio poco pudo hacer tras el Auto de Logroño, más que disculparse a través de las palabras de Salazar, y dar instrucciones para que no se expusieran en las iglesias los sambenitos de los condenados, práctica que se hacía como recordatorio, pero que en este caso se evitó para que las familias no quedaran estigmatizadas, algo que no se pudo conseguir con el pueblo: Zugarramurdi hoy en día exhibe las cuevas de los aquelarres, en las cuales hay entradas de luz y piedras horizontales que bien pudieron servir en su día para apariciones y altares, así como un museo repasando la historia, como parte de un hecho que, en realidad, no debería ser olvidado.

Pietro V. Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com

Bibliografía:

-Amorós, P. Guía de la España Encantada.

-Azurmendi, M. Las brujas de Zugarramurdi. Editorial Almuzara, 2014.

-Henningsen, G. En busca de la verdad sobre la brujería: las memoriales del inquisidor Salazar y otros documentos relevantes sobre el auto de fe de 1610. Universidad pública de navarra, 2021.


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